Nos separan más de 70 años desde que el genio de Chaplin rodara una de las escenas más memorables de la historia del cine y lo más extraño de todo es que, en esencia, nada o casi nada ha cambiado. Como si de un viaje en el tiempo se tratara, Chaplin firma una de las locuciones más sentidas y brutales que se recuerden en 1940 aunque bien podría tratarse del 2011. Un homenaje a la vida y una crítica y sátira a la avaricia del ser humano, al poder dictador del hombre. Una película imprescindible que ha dado pie a la construcción de esta pieza visual brillante e inspiradora.
The Great Dictator (El Gran Dictador) se estrenó en 1940. Dirigida, escrita y protagonizada por Chaplin, el filme se trataba de la primera película sonora del genio. Una sátira del fascismo que criticaba con dureza la figura de Hitler y su nacionalsocialismo. La película significó para Chaplin su exilio de Estados Unidos perseguido por el Comité de Actividades Antiestadounidenses debido a las ideas que mostraba. Años mas tarde el propio Chaplin diría que de saber el horror de los campos de exterminio no hubiera realizado la película.
Con todo, el discurso final es probablemente una de los locuciones más lúcidas y emotivas de la historia del cine. El momento en el que el barbero da el discurso exhortando a la humanidad a dejar de ser robots y a apartar la discriminación entre unos y otros da que pensar. ¿Cuánto hemos cambiado desde entonces? Las imágenes proyectadas en el vídeo dirían que poco de lo que un día vislumbraba Chaplin tras acabar la Primera Guerra Mundial.
Les dejo con el discurso entero con una única idea en mente. Aunque supongo que todos queremos cambiar a un mundo mejor, ¿cuánto hacemos por ello?
Lo siento, pero no quiero ser emperador. No es lo mío. No quiero gobernar o conquistar a nadie. Me gustaría ayudar a todo el mundo, si fuera posible: a judíos, gentiles, negros, blancos. Todos nosotros queremos ayudarnos mutuamente. Los seres humanos somos así. Queremos vivir para la felicidad y no para la miseria ajena. No queremos odiarnos y despreciarnos mutuamente. En este mundo hay sitio para todos. Y la buena tierra es rica y puede proveer a todos.
El camino de la vida puede ser libre y bello; pero hemos perdido el camino. La avaricia ha envenenado las almas de los hombres, ha levantado en el mundo barricadas de odio, nos ha llevado al paso de la oca a la miseria y a la matanza. Hemos aumentado la velocidad. Pero nos hemos encerrado nosotros mismos dentro de ella. La maquinaria, que proporciona abundancia, nos ha dejado en la indigencia. Nuestra ciencia nos ha hecho cínicos; nuestra inteligencia, duros y faltos de sentimientos. Pensamos demasiado y sentimos demasiado poco. Más que maquinaria, necesitamos humanidad. Más que inteligencia, necesitamos amabilidad y cortesía. Sin estas cualidades, la vida será violenta y todo se perderá.
El avión y la radio nos han aproximado más. La verdadera naturaleza de estos adelantos clama por la bondad en el hombre, clama por la fraternidad universal, por la unidad de todos nosotros. Incluso ahora, mi voz está llegando a millones de seres de todo el mundo, a millones de hombres, mujeres y niños desesperados, víctimas de un sistema que tortura a los hombres y encarcela a las personas inocentes. A aquellos que puedan oírme, les digo: “No desesperéis”.
La desgracia que nos ha caído encima no es más que el paso de la avaricia, la amargura de los hombres, que temen el camino del progreso humano. El odio de los hombres pasará, y los dictadores morirán, y el poder que arrebataron al pueblo volverá al pueblo. Y mientras los hombres mueren, la libertad no perecerá jamás.
Soldados. No os entreguéis a esos bestias, que os desprecian, que os esclavizan, que gobiernan vuestras vidas; decidles lo que hay que hacer, lo que hay que pensar y lo que hay que sentir. Que os obligan a hacer la instrucción, que os tienen a media ración, que os tratan como a ganado y os utilizan como carne de cañón. No os entreguéis a esos hombres desnaturalizados, a esos hombres-máquina con inteligencia y corazones de máquina. Vosotros no sois máquinas. Sois hombres. Con el amor de la humanidad en vuestros corazones. No odiéis. Sólo aquellos que no son amados odian, los que no son amados y los desnaturalizados.
Soldados. No luchéis por la esclavitud. Luchad por la libertad. En el capítulo diecisiete de san Lucas está escrito que el reino de Dios se halla dentro del hombre, no de un hombre o de un grupo de hombres, sino de todos los hombres. En vosotros. Vosotros, el pueblo tenéis el poder, el poder de crear máquinas. El poder de crear felicidad. Vosotros, el pueblo, tenéis el poder de hacer que esta vida sea libre y bella, de hacer de esta vida una maravillosa aventura. Por tanto, en nombre de la democracia, empleemos ese poder, unámonos todos. Lucharemos por un mundo nuevo, por un mundo digno, que dará a los hombres la posibilidad de trabajar, que dará a la juventud un futuro y a los ancianos seguridad.
Prometiéndoos todo esto, las bestias han subido al poder. Pero mienten. No han cumplido esa promesa. No la cumplirán. Los dictadores se dan libertad a sí mismos, pero esclavizan al pueblo. Ahora, unámonos para liberar el mundo, para terminar con las barreras nacionales, para terminar con la codicia, con el odio y con la intolerancia. Luchemos por un mundo de la razón, un mundo en el que la ciencia y el progreso lleven la felicidad a todos nosotros. Soldados, en nombre de la democracia, unámonos.
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